La investigación y el desarrollo en el campo de la salud es uno de los sectores con más futuro. Sin embargo, es también uno de los más complicados para emprender. Los profesionales de este ámbito además de resolver problemas relacionados con la propiedad intelectual de patentes, productos y servicios, tienen que encontrar fuentes de financiación dispuestas a desembolsar elevadas cantidades de capital.

Pedro Moneo, director de la iniciativa TR35 que galardona a los jóvenes emprendedores menores de 35 años, explica que “los investigadores y científicos tienen que convencer a los posibles inversores con productos que tienen un plazo de maduración mucho más largo que el de otro tipo de negocio. A esto se suma que los resultados de las investigaciones no se obtienen a corto plazo”. Otro de los caballos de batalla es la comercialización: “No es fácil introducirse en cualquier mercado. Hay que atender a la normativa y legislación de cada país”, recuerda Moneo.

Con este panorama, la manera en la que se presenta el proyecto de negocio resulta clave. Por eso los profesionales de este sector deben tener en cuenta que en lo que más se fijan los inversores es en el equipo, en el talento y en la propiedad intelectual. Pero antes de lanzarse a la búsqueda de apoyo económico, el emprendedor necesita revisar qué tipo de inversor requiere en cada momento. Qué aporta además del dinero: contactos, conocimientos...

En el cara a cara es esencial tener bien definido qué le va a presentar y dar al nuevo socio, dejando muy claro cómo y cuándo obtendrá el retorno de la inversión. “Es recomendable establecer un pacto de socios en el que se fijen las cláusulas de salida que recojan las condiciones en las que se puede abandonar la empresa; ya sea porque no le convence el proyecto, no comparte la línea de trabajo o simplemente quiere tener liquidez”, dice Moneo.

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Fuente: Diario Expansión.